El CINA de entonces

De repente los pinos nos permitieron ver unos trocitos de mar y de playa sobre la cual descansaban unos triángulos raros con números grandes en negro y hacia el final del cuadro un mar claro y verdoso.

Nivel uno

George Wilde aparcó el coche en Villanueva de Arosa en una especie de plaza rectangular. Con el deseo de encontrarlo igualito a la vuelta, sacamos los equipajes, nos fuimos al bar de la esquina a tomar algo y respiramos el inolvidable olor que producen las algas marinas en puertos y ensenadas, en las que la marea cubre y descubre, mientras esperábamos a la motora que nos llevaría a la isla: a la Isla de Arosa.

Allí Pepe Castellote, fundador y presidente, había implantado el Centro Internacional de Navegación de Arosa, el CINA, una escuela de vela sui generis pero con un programa de aprendizaje exhaustivo y nada especializado.

Al desembarcar en la isla no hubo otra. Hubo que caminar con el equipaje a cuestas, bordeando el puerto norte, subir el corto repecho, torcer a la izquierda en la bifurcación, seguir el camino entre maizales, saludar a la cabra que todos los veranos pastaba por allí, para más adelante ver la pequeña bahía con mar que queda a 250 m al sur del faro Punta Caballo. Bajamos la cuesta, –ahora ya rodeados de eucaliptos o robles de Australia–, hacia la derecha. De repente los pinos nos permitieron ver unos trocitos de mar y de playa sobre la cual descansaban unos triángulos raros con números grandes en negro y hacia el final del cuadro un mar claro y verdoso. Después de unos pinos más, ese cuadro desapareció para dar paso a unas tiendas de campaña oscuras y enormes entre arbustos y la arboleda. Alguien nos dijo, que nos buscáramos una litera y que luego hablaríamos. Después de probar la goma-espuma y almohada, ambas enfundadas y sobre un somier, pensé: ”Rústico y básico y si la lluvia queda fuera, puede valer.”

Elier Echazarra, jefe del centro en la primera quincena de agosto del 72, se acercó y nos presentamos. Nos mostró las tres tiendas y media. Esa mitad resultó ser la cocina de butano con dos quemadores industriales, latas, tomates, muchos tomates, patatas, muchas patatas, botellas de vino y gaseosa para la sed y el aseo; y pocas de agua para el café y la comida.  –Nos lavamos y lavamos los platos en el mar–, dijo Elier. El viento zarandeaba en la media tienda y pensé que girando la paellera sobre el fuego a intervalos todo el arroz podría coger el punto. Más hacia montaña, en la cercanía y de espaldas al campamento, dos casetas blancas formaban el “es aquí”, que se montaban en la primera quincena de julio y se cerraban en los últimos días de agosto. Una señalización de izada y bajada indicaba que, el “es aquí”, estaba ocupado o libre, pero pronto se estableció a cuanta distancia y de firme voz el ¿“hay alguien?”. Sí, el alivio y la felicidad suelen volvernos distraídos. “Rústico y básico y, como no está lejos, puede valer.”

Un corto andar hacia el mar y allí en la playa, en el Área de la Secada, vimos «la flota»: los triángulos extraños de poco antes. Barquitos blancos con mástiles de aluminio y sin velas; blancos los peques para dos tripulantes y otros más aparentes por su tamaño pero de color crema para cuatro o cinco alevines. –Los barcos se bajan cuando vamos a navegar por la mañana y después de comer; y se suben a la playa cuando terminamos a medio día para ir a comer o a cenar. Es un buen ejercicio, sobre todo las Caravelle color crema. Pesan alrededor de cien kilos. Los Vauriens blancos pesan casi nada en comparación–. Sonriendo el veintypocoañero continuo: «Como ya leísteis en los folletos, el CINA no es un lugar para pasar unas cómodas vacaciones», y se despidió con un: «Haceros útiles por allí; la cena es hacia las nueve. Un ruido metálico os avisará–». Nos miramos y reímos; y le dije a Gegé: «Rústico y básico, pero como no me voy a ir sin probarlo, tiene que valer.»

Unas tablas de madera sobre unos caballetes dentro de una tienda, con las partes frontales abiertas para que pudiera entrar la luz del sol durante el día, formaban el comedor. Después del atardecer se usaban quinqués para el uso comunitario y la linterna de uso personal. Para esta primera cena unos voluntarios se/nos pusieron bajo la tutela de la ama de casa o jefa de cocina, prepararon y acarrearon la cena en la pota con cucharón desde la media tienda. En días sucesivos las sopas, las ensaladas con el tomate y el arroz, los espaguetis con tropezón o los guisos fueron preparados y repartidos en la tienda-comedor por grupos de alumnos rotatorios. Una motora del pueblo hacía de umbilical entre los ultramarinos de la isla y nuestro campamento. Después de esta primera cena, y ya organizados los grupos de voluntarios para la quincena, nos fuimos a la playa, encendimos el fuego y nos sentamos rodeándolo y nos presentamos todos e individualmente ante los demás. La presentación más escueta fue: ”Me llamo Fulanita y trabajo en Los Grandes Almacenes“. A continuación se sentó toda seria.

A la mañana siguiente, después de ser despertados y del desayuno, los monitores nos introdujeron, a pie de barco en la playa, en el mundillo de terminología enemiga, salvo, tal vez, proa, popa, palo y vela. También comenzamos a aprender como izar las velas de proa y mayor, el nudo en 8 en la base de palo, el nudo “as de guía” en el puño de driza y en el de escota, así como otros de nombre también divertido, pero de más bien complicadísima ejecución durante la primera semana. Vimos también que debajo de un velero volcado se podía respirar y hasta cantar y que una vela sobre nuestra cabeza, por haber volcado la embarcación, se levantaba simplemente empujándola hacia arriba para “seguir con vida”. El vuelco no se practicó, vendría solo, pero sí el cómo devolver al velero con tripulación su “status quo”. Estas “topós” o clases teóricas en la playa, se repetían diariamente durante la primera semana y para “otros” todos los días.

Por la tarde bajamos las embarcaciones al agua y comenzó el pavor sobre los Vaurianes y los gozos sobre las Caravelle; rumbos abiertos, cerrados, navegar de través, línea de fila, tomar rizos –solo en las Caravelle– , derecho de preferencia navegando, la posición a la capa, viradas por avante y la “peligrosísima” trasluchada, siempre con con la trapa cazada, siempre en portantes, navegación sin timón.

—Un velero se lleva con las velas—, decía Elier continuamente, haciendo referencia al posicionamiento correcto de las velas con respecto al viento aparente. —Casi siempre lleváis las velas demasiado cazadas—.

Todo se practicaba durante la quincena, teniendo en cuenta las recomendaciones de los monitores, embarcados o no. La seguridad corría a cargo de una zodiac a motor, ya fuera contando continuamente palos, verticales, “torcidos” por una racha o un mal posicionamiento de los pesos de la tripulación con respecto a la superficie del mar, o porque simplemente faltaban en la contabilidad al haber volcado, ya fuera para corregir maniobras o “estilos”. Si la zodiac hubiera tardado en llegar, el primer monitor embarcado que apareciera, también navegaban en el circuito, indicaba lo que hacer u observaba la maniobra de adrizamiento efectuada por los alumnos, dando comfort presencial. Era fácil saber si algunos navegantes cambiaron de tripulantes a bañistas. Además, la seguridad se vio enormemente facilitada por el hecho de que el circuito de navegación se resumía a dejar todas las mejilloneras del Área de la Secada por estribor o por babor con los palos de los veleros siempre “contables”.

Las tripulaciones y los barcos se intercambiaban todos los días. Matrimonios o parejas podían navegar juntos, pero a veces solamente una vez o durante los últimos días. El ambiente durante esta quincena de iniciación a la vela era muy bueno, sobre todo si había viento. Siempre había algo que comentar, durante las comidas y alrededor del fuego por la noche, del que, según avanzaba la quincena, ¡disfrutaban menos participantes!

—Por tu/su culpa (casi) volcamos / no chocamos de milagro / con es@ no vuelvo a navegar/ monitor@, porfa ponme con Maripuri /… con Pepeluis.
—¿De quién me estás hablando?, ¿quién es? ¿cómo es?
—Quiero navegar con un monitor en Vaurien.
—No quiero volver al Vaurien, quita quita, a mí la Caravelle, es lo mío.

En una ocasión hubo pollo con arroz y Menganita, tratando desganadamente el trozo de ave con el tenedor, se vio sorprendida al ser preguntada por su enfrente, —¿cambiamos el trozo de pollo?—, toda sonriente aceptó el cambio preguntando: —¿Te gusta el cuello?, tengo cuatro hijos—, le contestó. Bien, así también se pueden hacer amistades, pensé, observando de reojo las almas gemelas que se habían encontrado recientemente. «Aprender para el futuro», pensé. Al no existir puente a la isla en aquel entonces, para las auténticas aves nocturnas se ofrecía también un paseo al pueblo después de la cena y para los más aguerridos, y cruzando casi toda la isla, esperaba el Cachafeiro; un chamizo de madera con redes de pescador colgando, luces psicodélicas y algún personaje cutre. Después del gin-tonic, ron-cola o lo que fuera, había que volver los muchos metros. Si, en el CINA se dormía más bien poco antes de desayunar.

El penúltimo día se intercambiaban los barcos de los niveles uno y dos. En aquel entonces la actividad del materialista se suplía con unos alicates o el: “Hay que comprar…».

Nivel dos

Durante la segunda quincena de agosto del 72 seguí en la isla como alumno del nivel dos. Manolo Varela fue nuestro jefe de centro. Este nivel se daba en unos veleros llamados Cavalle, de 5,4 m de eslora, un francobordo de 50 a 60 cm, de orza abatible y con dos literas bajo los bancos laterales de cubierta donde íbamos sentados durante la navegación. A las literas se podía acceder a través de un tambucho, delante del palo, y con no pocos retorcimientos. Pero, ¡qué barco! Potrilla sería su traducción libre del francés.

Para navegar en Cavalle era más que recomendable el uso de un traje de aguas competente y sólido. Solíamos navegar tres con un monitor y en ocasiones cuatro. Al sur de la isla de Rúa, con el viento adecuado desaparecía totalmente el horizonte en ocasiones para volver a aparecer de repente y poder verse solamente el palo de la otra Cavalle o del Mousquetaire en las cercanías. La toma de rizos y los cambios de foque –de génova al foque uno, al foque dos, al tormentín y viceversa– eran frecuentes y el agua de mar en proa siempre estaba presente. No se iba a proa sin experimentar cierto canguelo para, arrodillado o sentado, bajar el foque, quitando los mosquetones de la vela a cambiar, así como los grilletes en los puños de amura y poner los de la vela elegida. La cubierta por delante del palo era estrecha y en la proa minúscula, subía y bajaba mucho y siempre estaba muy cerca del agua. En cambio con ventolinas, la Cavalle era veloz y buena ceñidora

En este nivel, la iniciación al crucero era palpable. Las maniobras para amarrarse a un muelle, abarloarse a otra embarcación, fondear y estibar la cadena ordenadamente y lista para volver a echar el fondeo en cualquier momento, como salir del fondeadero, como subir el fondeo enganchado en el fondo y la maniobra reina: hombre al agua, en portantes o ceñida, se sumaron a las ya descritas más arriba en el nivel uno, sumándose a todas ellas la de remar y avanzar con un solo remo por popa, singar.

Además aprendimos el uso de las cartas náuticas para situarnos por dos o tres demoras, (ángulos tomados con el compás de alidada a puntos bien visibles desde el velero, a tierra o a balizas fijas en el mar y rodeadas de agua); de día y de noche aunque ahora ya con destellos. También aprendimos a reconocer las diferentes balizas fijas en el mar y los faros, emplazados en tierra firme, según la forma en que mostraban los destellos y cada cuantos segundos volvían a iniciar la secuencia, todas ellas siempre diferentes. Asimismo practicamos la entrada y salida a puertos en la Puebla, Palmeira, Santa Eugenia, el Grove, Villanueva, (seguirá el coche en su sitio y entero?), etc., no sin haber practicado con anterioridad el cálculo de las mareas. Una vuelta a la isla también era una navegación de rigor. Fue esta quincena la de nivel más alto y sobre todo muy densa por lo amplio de su contenido, que requería comprender y digerir muchísimos datos para poder volverlos reflejo en su momento. Por esta razón, poco después el nivel dos se desglosó en dos.

Los barcos del nivel dos siempre estaban fondeados por lo que había que llegar a ellos remando o singando. Como no hacía ilusión hacer varios viajes a las barcos del dos, el bote siempre iba abarrotado, mostrando un francobordo de cinco a diez centímetros. En ocasiones los simpáticos alumnos del uno esperaban en la playa con cubos llenos de agua esperando a los “mayores” y solamente haciendo amago de querer duchar a la colmena, los ocupantes de barlocubo, lejos de mantenerse estóicos, se movieron hacia el lado contrario volviendo negativo el francobordo del ferry. Pocos alumnos del uno sufrieron el correctivo inmediato deseado por los del dos. Estos, mojados y con los trajes de agua y las botas, no podían ser lo suficientemente veloces como para alcanzar a los malhechores del nivel peque.

Nivel tres

En Navidades y ya en Semana Santa del 73 volví a la isla a los cursos de monitores. En la primera quincena de agosto del mismo año embarqué en el nivel 3. Con Francisco de Miguel al mando del Noro. Dimos unas vueltas e hicimos maniobras cerca de la isla durante dos días, refrescando lo aprendido en los cursos pasados. Llegó el día del crucero y salimos de la ría rumbo a Bayona. Al salir viramos hacia el sur pasando por delante de la ría de Pontevedra, dejando las islas de Ons, Onceta y Cies por estribor, pasando después entre las islas Estela y tierra para arrumbar a continuación a la ensenada de Bayona. Al día siguiente hicimos noche en la Cíes menor y antes de llegar a Finisterre paramos en el puerto de Corrubedo, después del cálculo de la marea. ¡Menudo pedregal en aquel entonces!

Desde Corrubedo navegamos a Finisterre dejando los bajos por babor y a la vuelta de ese hermoso peñón bordeamos la factoría de ballenas cerca de Cee, que los noruegos abandonaron en 1852, las Lobeiras y los Brullos, bordeamos el monte Louro con lo que ya estuvimos al lado de Muros, “casi en casa” como quien dice. Desde Muros dejamos Sálvora por babor y entramos en la ría.

Los barcos y todo el material se guardaban en aquel entonces, con ayuda de forzudos isleños, en un almacén que posteriormente pasó a volverse el Yuma, la discoteca de la isla.

Como primer resultado

Es este nivel 3 una navegación –viaje importante porque requirió de todo lo aprendido durante los cursos anteriores y por haber estado obligado a aplicarlo continuamente bajo la mirada de Paco y no solamente como ejercicio aislado–. Además, todos estos conocimientos se consolidaron, al tener que, ya como monitor, transmitírselos a los alumnos de los diferentes cursos y niveles. También estaba clarísimo que a bordo de un velero se podía viajar.

Una habilidad difícilmente se aprende leyendo, amén de las múltiples que pide el llevar un velero de aquí a allá, fondear, amarrarse a muelle o abarloarse y esto llegando bien, parado o casi, desembarcar, volver a embarcar, volver de allá a aquí o a otro puerto y finalizar / continuar la singladura teniendo en cuenta las mareas y todo ello durante unos días. Por todo lo dicho hasta ahora: Es importante repetir y repetir y volver a hacerlo aunque se haya comprendido a la primera, lo que creará reflejo y llegar por tanto a la (o a una de las) decisiónes correctas y lo que a la postre te permitirá decir honestamente: “Me manejo sobre un velero (y además sé bajar y pinchar o reglar un palo con un piso de crucetas)”. Por esa razón los cursos de 10 a 14 días son a preferir frente a los semanales. Soy consciente que “la marcha” y la necesidad de sentir se han decantado por la ”sensata” decisión del “una semanita de esquí, otra para la vela y el resto con suegros y familiares”.

Un tardío pero reconfortante piropo me lo proporcionó un ex-alumno durante la celebración del 50 aniversario en Cabo Cruz cuando me dijo:
—Cuando hice el nivel dos contigo, nos tuviste un día entero haciendo “ochos” entre mejilloneras y dándole vueltas a una sola. Unos años más tarde te comprendí.
—¿Fue algo aburrido, no?
—Sí, mucho, pero…

Uno de los puntos que me atrajeron de la vela fue el que hacer, como y cuando lo necesario, aunque ello siempre viniera apadrinado por el sentido común, el conocimiento científico de antaño, la física sencilla en esta actividad de la vela. También reflejada está en la meteorología, ya sea por lo establecido en el momento, como por ejemplo el viento; ya sea por la evolución supuesta a la hora de elegir rumbo, velamen, abrigo.

Dando la topó en la Isla.

Dando la topó en la Isla. (Foto de Mariajo)

[En su día Javier Rodríguez Santos y su tripulación tuvieron que llevar los 16 m de acero (!) de “la Pequeña Carlota” desde el fondeadero al pantalán en Villamoura, Portugal, por fallo del motor. ¡Lo hicieron a la capa corrida! En una ocasión y por la misma razón, mi amiga Pi metió su Astraea de 7 m y medio ¡en el pantalán de Cabo de Cruz! Bajó la mayor y con foque y sin “chocar”, terminaron ese paseo por la ría. En otra ocasión, Luis Lorente y yo nos apuntamos a una singladura Arosa–les Glenans en un velero de la escuela de Glenans de 10 m de aluminio y sin motor. Unos 200 m antes del puerto de Coruña nos quedamos sin viento. Después de pocos minutos sin resultado aparente, el velero reaccionó al singar y llegamos al muelle. También se podría hablar de sentido común cuando en otra ocasión un velero se quedó sin motor entre Sálvora y Rúa. Por radio llamó a Salvamento Marítimo para que ¡lo remolcaran a Cabo de Cruz!
—Soldado, ¿que orden daría Ud. al batallón si la aviación enemiga les estuviera machacando en la playa y, además, sus tanques de infantería hicieran imposible la huida? ¡Una rendición sería inaceptable!
—Con todos mis respetos Sr., la orden sería: ¡Descubranse para la última oración!— ¿Sentido común?]

Practicar y practicar y a continuación transmitir ese conocimiento es la forma de lograr una habilidad, en contraposición a aprobar un examen teórico. De ahí que comprendiera a Luis de Josefa en la isla cuando me dijo que será difícil ir a la mar si no se aprendió el oficio antes de los 18 años.

El otro punto que me atrajo en la vela es la magnífica sensación que produce el apagar del motor al salir de la bocana… y sin tener que hacer o dar nada a cambio. De repente se experimenta un sentimiento y se vive un alrededor que, como ciudadano de a pie o en coche, al igual que al regatista, le son desconocidos. Esto, al segundo día de travesía en solitario se multiplicó exponencialmente.

Como segundo resultado

Durante los años siguientes al 73, en el CINA Madrid se formó un grupo de monitores y jefes de centro conocedores del “paño Cina” y se activaron nuevos protocolos, que se diría hoy. Es decir se reorganizó el centro en cuanto a: enseñanza, material, cocina, compras, economía y finanzas, alquiler de barcos, transporte y montaje / desmontaje y se acometió y concluyó la traducción del libro Les Glenans, (Silvie Parer y otr@s), pero que no fue aceptada por la editorial por posibles problemas de derechos de ¿lector, autor?, pero que gracias a las gestiones de José Luis Delgado, siendo presidente del CINA, pudo culminar años más tarde.

Mis 105 kg a la salida se redujeron a 82 a la vuelta del Caribe

Mis 105 kg a la salida se redujeron a 82 a la vuelta del Caribe, sin pasar necesidades. Eso sí que fue una cura de las buenas. Bajando la barbilla me pude ver hasta los tarsos del pie. (Foto de Mariajo)

En el embalse de San Juan Jose Manuel Fernandez Agudo dio uso a tres Vauriens que hacía años que ya estaban en ese embalse, lo que inspiró a traer unos Vauriens al pantano del Vellón después de cerrar la base en la isla en agosto. Fue, y de algún modo sigue siendo, enlace con la FEV Jorge Herrador, Javier Rodríguez Maturana y otros también dieron clases allí. Joaquín Rubio y otros se ocuparon del estado del material. Con Joaquín visité la nave en la Riberiña, que se alquiló durante unos años. La gestión no tuvo futuro por ser peligrosa e incómoda, para entrar y salir con los barcos del dos y del tres, según los monitores. Juan Abad puso en orden finanzas y contabilidad durante decenios, después que se despidiera Gerardo Gontier, también siendo presidente, y lo que a la larga resultó en la instalación fija de Boiro. Yo di dos veces clases de Patrón de Yate y una de capitán, alguna de meteo y una de gemología. Carlos Torres siguió con las náuticas después a mi partida. Se construyó una caseta en la isla para guardar barcos y material al ir surgiendo el Yuma. En su día Carlos Torres y su equipo se presentaron en la isla para impermeabilizar el techo horizontal “gallego” y desaparecieron las goteras. Se reorganizó y aumentó la propaganda en las facultades de Madrid. Se alquilaron barcos en Francia e Inglaterra durante Semana Santa, lo que inspiró a otros a hacer lo mismo por el Mediterráneo. Hubo quien inició la construcción de su propio velero. Alfredo Platas Palacios se sintió inspirado y mandó construir uno para dedicarlo a la enseñanza. Jesús Penas nos mostró las bondades de su Snipe que permitía, firme el ademán, navegar sin tener que doblar el lomo durante las trasluchadas y participó activamente en el grupo de enseñanza. Algunas juntas de trabajo cerraron en el restaurante Edelweiss.

Seguro que habrá alguien del que no me haya acordado de incluir en esta memoria y eso por esta memoria mía. Lo siento de verdad, pero no llevé diario de mis actividades ni las de otros durante mi estancia en el CINA. (De todas formas quedan los libros de actas). La regularidad y la constancia del grupo de trabajo permitieron que en el 77 se pudieran traer más Vauriens a la Isla y al Vellón. También se mandaron construir dos Mousquetaires: el Finisterre y el Corrubedo, que se hicieron tomando como modelo otro que, procedente de Francia, había llegado a la ría, el Vionta. Este también se incorporaría a la flota de cruceros del CINA, que hasta entonces solo contaba con el Noro y dos Cavalles, que llegaron de Francia y fueron desembarcaron en Villagarcia hace ahora 50 años y unos meses. Un año más tarde el mismo Francisco de Portonovo fabricó dos Cavalle más. Con la economía en auge, el CINA pudo crecer orgánicamente aunque lo que le propinó esta subida no está muy claro. ¿Fue la constancia y regularidad del grupo de trabajo con un solo responsable de su sección y la coordinación general? ¿Fue la propaganda frente a las universidades que luego poco a poco fue reforzada por la del boca a boca? ¿Fue el entorno y la posibilidad de pasar unas vacaciones diferentes y atrevidas, viniendo del hormigón?, ¿unas vacaciones en un entorno natural y dentro de un grupo natural porque todos participaban en todos los quehaceres, que además proporcionarían conocimiento de una materia desconocida pero interesante? ¿Fue la atracción del poder practicar una actividad deportiva supuestamente reservada a estratos sociales más pudientes? ¿Qué influencia tuvieron los paseos entre arbustos y arboleda después de la cena? No lo sabré nunca a ciencia cierta, pero sí supongo que tendrá la suya.

Adiós y reincidencias

Gracias al placer de la junta directiva en cederme el Finisterre, contra una póliza de robo y / o pérdida total, hasta el verano siguiente, Carlo Predieri consiguió que la escuela me pagara el vuelo a Madrid y vuelta para poder participar en la asamblea del 78 y poder despedirme, dejando la presidencia. Con el Capitán de Yate no hubo problema en Villagarcia para despachar el “buque” a Lanzarote desde donde salí con Angel Laporta y Reyes Durante a dar una vuelta por la zona. De vuelta en la marina los Gigantes de Lanzarote ya solo hubo que esperar a que los alisios se establecieran. El meteorólogo por fin me dijo que se acercaba un anticiclón y que tenía pinta de establecerse en “su sitio” del Atlántico. Lo confirmó al día siguiente y al otro salí. Pude al fin navegar larga distancia gracias al piloto de viento que me proporcionaron Carlos y María Gancedo. Gracias a un libro que me envió Silvie Parer, también cinera, supe cuando poner rumbo al Caribe. La filosofía de aquel entonces era navegar hacia el archipiélago de Cabo verde buscando los alisios y después arrumbar hacia el oeste. Sin embargo el libro lo dejó claro. Los peces voladores sin viento no pueden volar, por lo que al ver los primeros, seguí al SW 24 horas y luego rumbo a Barbados donde llegué después de 27 días sin tener que acercarme tan siquiera al archipiélago. (El cinturón de los alisios no tiene por qué establecerse siempre en la misma latitud).

A la vuelta embarqué como mozo de cubierta en el petrolero Muñatones de Petronor. Iñaqui Barrenechea, también un bronto, lo hizo posible. (La legislación me aupó durante esta campaña a marinero de cubierta!!! El mozo de cubierta desapareció en el organigrama de la Marina Mercante).

Volví tres veces más al CINA, una hacia el 89 a la Isla como ama de casa con Enrique Lacasa como jefe del nivel uno. En 1991 armé un Zeebonk, van der Stadt, 8´7 m de acero y, después de trabajar en un hotel de Canarias como recepcionista llevando posteriormente a turistas alemanes por Lanzarote, navegué hasta Ciudad del Cabo, volviendo por Santa Elena a Cadiz. Me fui a China y en 2005/6 vine en vacaciones a Boiro como materialista con José Manuel Fernández Agudo. Un taller con banco, tornillo y 220 voltios!!! Duchas de agua caliente, cocinera profesional, coche a la puerta. Cinita, ¿te hiciste mayor? Después de varios rumbos y velocidades, me afinqué en Galicia y en el 2012 repetí de materialista con José Luis de Viña como jefe de centro. Jefe, jefe, siempre me tenía otro trabajito esperando, además de saber de materiales. Fue también el único que en la primera reunión de los alumnos y monitores dijo claramente que el taller “es del materialista” y que no estaba para que doctorara el que quisiera y cuando quisiera. ¡Orden universal!, Que bien funcionó la directriz durante la primera semana. Pero el tsunami, (él y los), que provocan los corazones impacientes, mal se pueden paliar sin hablar de evitarlos dados los continuos: ”…si solamente es un momento», / «es que vamos a salir a navegar ya», / «esto hay que hacerlo así, es mejor» / «¿tú te crees saberlo todo?»…, no me acuerdo de todos los argumentos, pero el primero fue el reflejo más usado. Igualito que en Madrid. Venir del hormigón armado de vacaciones a la playa a ser feliz, cumpliendo para el bien común, distrajo a vari@s en los grupos.

No se debería boxear contra paredes de goma ni pretender que el sordo momentáneo te pueda escuchar; aun así es necesario en ocasiones para poder mantener al menos un resultado aproximado de lo planeado. Yo, al igual que otros, tuve la fama, aunque “el destino” inicialmente cardó ya la lana.

Navegando por la ría, y así seguiremos.

Como anécdota

Fue el primer futuro socio del CINA que coincidió con Pepe Castellote, ¿Marina Omil? Entonces empleada del ayuntamiento de Pontevedra, conoció a Pepe cuando este fue a arreglar papeles y fijar las posiciones de las tiendas de campaña, especificando cuales eran para ellos y cuales para ellas!!! Cuando llegué con Gegé a la isla todavía se podían ver en algunas los signos de mujer y hombre escritos con tiza. Marina podría ser por tanto la decana honorífica bronto del CINA dado que inició el nivel uno en el 73 o 74.

Santa Eugenia de Ribeira, noviembre del 2018
Juan Adolfo Eli Fritsch